miércoles, 6 de agosto de 2014

"Si, lo groso es que somos distintos."
Paulina, aunque lentamente, empieza a pensar cuán extrañas sonaban sus palabras. Luego mira al mozo que, incomprensiblemente, lleva ahora camisa, chaleco y moño. ¿Pelo engominado? Sí. Raya al costado. Chapado a la antigua sin dudas.
Más tarde, nuestra enredada Paulina, mira sus ropas. Le parecen también extrañas, como fuera del tiempo. Anacrónicas. Observa las otras mesas. No recordaba haber visto entrar  a ninguna de aquellas personas. Tampoco recordaba con fidelidad cómo ella había llegado a sentarse ahí. ¿Recién llegaba o estaba hace tiempo?
Mira la biblioteca del boliche. Los libros parecen haber estornudado todo aquél polvo que se suspendía en sus lomos. Muchos, también, parecían haber sido restaurados sin la mínima muestra de los pliegues y roturas que el uso otorga a los libros. Eso le hace pensar en lo perecedero de la palabra escrita, simplemente porque están expresadas en material corrompible, poniendo en duda la creencia ciega en su inmortalidad  Ahora parecen donación reciente.
Curiosa, escucha una conversación de la mesa aledaña. Están hablando sobre un revolucionario en tango. Escucha, susurrante, un tal Gardel que, aunque retumba en sus oídos familiarmente, nunca ha oído ese nombre. Debe haber aparecido recientemente porque, no lo dijimos, pero Paulina es una amante del tango. Le recuerda algo de la infancia aunque no lo sabe con exactitud. De hecho ahora cree que es una experiencia que  incluso no ha vivido. Curioso.
Vuelve a posar los ojos en aquél espejo. No logra recordar qué le llamaba la atención de aquel pero todavía emana cierta interrogación. De todas formas ya no le preocupa. Ese objeto ha pasado a la interminable lista de cosas diarias que aunque, incomprensibles, aprendemos a naturalizarlas para no aterrarnos.

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