"Si, lo groso es
que somos distintos."
Paulina,
aunque lentamente, empieza a pensar cuán extrañas sonaban sus palabras. Luego
mira al mozo que, incomprensiblemente, lleva ahora camisa, chaleco y moño.
¿Pelo engominado? Sí. Raya al costado. Chapado a la antigua sin dudas.
Más tarde,
nuestra enredada Paulina, mira sus ropas. Le parecen también extrañas, como
fuera del tiempo. Anacrónicas. Observa las otras mesas. No recordaba haber
visto entrar a ninguna de aquellas
personas. Tampoco recordaba con fidelidad cómo ella había llegado a sentarse
ahí. ¿Recién llegaba o estaba hace tiempo?
Mira la
biblioteca del boliche. Los libros parecen haber estornudado todo aquél polvo
que se suspendía en sus lomos. Muchos, también, parecían haber sido restaurados
sin la mínima muestra de los pliegues y roturas que el uso otorga a los libros. Eso le hace pensar en lo perecedero de la palabra escrita, simplemente porque están expresadas en material corrompible, poniendo en duda la creencia ciega en su inmortalidad Ahora parecen donación reciente.
Curiosa,
escucha una conversación de la mesa aledaña. Están hablando sobre un
revolucionario en tango. Escucha, susurrante, un tal Gardel que, aunque retumba
en sus oídos familiarmente, nunca ha oído ese nombre. Debe haber aparecido
recientemente porque, no lo dijimos, pero Paulina es una amante del tango. Le
recuerda algo de la infancia aunque no lo sabe con exactitud. De hecho ahora
cree que es una experiencia que incluso no ha vivido. Curioso.
Vuelve a
posar los ojos en aquél espejo. No logra recordar qué le llamaba la atención de aquel pero todavía emana cierta interrogación. De todas formas ya no le preocupa. Ese objeto ha
pasado a la interminable lista de cosas diarias que aunque, incomprensibles,
aprendemos a naturalizarlas para no aterrarnos.
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