Ayer soñé que te mataba, Juan Francisco.
Ni siquiera puedo imaginar la cara que estás poniendo a medida que vas leyendo
esto, pero te aseguro, apareciste en mi sueño de anoche. No estoy enamorada de
ti ni me importas en absoluto, pero confieso que desde hace varios días te
observo, quizá desde el año pasado. Sólo pienso en ti cuando te veo, después
cuando termina la clase y cada uno se va por su lado desapareces
automáticamente de mi mente. Como si apretara un botón en mi cerebro y te fueras
directo a un bote de basura. Pero luego, inevitablemente te veo en cada clase y
no puedo parar de observarte. El otro día hasta te dibujé en mi cuaderno. Yo en
los márgenes suelo dibujar árboles y casitas con chimeneas con humo que sale y
de pronto, ni cuenta me di, empecé a dibujarte y sólo cuando terminé supe que
se trataba de ti. No me saliste perfecto, no soy buena en dibujo, pero es un
gran avance teniendo en cuenta que yo sólo dibujo casitas con chimeneas y humo
que sale. Digamos que te hice un cuerpo con todas sus extremidades (te dibujé
sin ropa, por cierto), y para que veas que no fui tan mezquina con tu creación,
te dibujé con un dedo de más. Te dibujé el pelo negro con un poco de canas,
para darte un toque de actor de cine seductor en blanco y negro. Te ayudé en
todo sentido porque tu cuerpo y cara no te favorecen mucho, lo sabes, pero te
gusta hacerte el galán cuando pasas entre la gente. Después, si no te enojas
conmigo por lo del sueño, puedo mostrarte el dibujo, tu desnudez es impecable.
Voy
a empezar. Me desperté y tardé como cinco segundos en volver del sueño a mi
cama (digo cinco segundos por decir algo, porque volver a la realidad cuesta
tan poco tiempo). Mi cama parecía un campo de batalla con cuerpos muertos, un
terreno baldío con aires de tristeza. Tardé como cinco segundos en amigarme
conmigo. Uso la palabra amigarme porque te será familiar, a ti te gusta mucho y
yo la detesto; siempre en clases dices cosas como: “me amigué con el método”, “
la dicotomía me es poco amigable”. Pero la uso para que te amigues conmigo
después de que me leas, después de todo, sigues vivo y mis sueños nunca se
hacen realidad. Te voy a medio explicar cómo fue la cosa: tenías una risa
burlona que no soporté porque no podía callarte de ninguna manera. Yo te dije:
Juan Francisco, cállate. Y tú me señalabas con un dedo y te reías como un disco
rayado. Acá viene la mejor parte, no sé cómo salió un revólver de mis manos
(los sueños son raros, ¿no?). Yo, obviamente, te apunté sin titubear y ¡Oh¡
recordar esa imagen es muy gloriosa porque yo me sentía actriz de cine con mi
revólver bien cargado. Era un
revólver pesado y su color plateado brillaba de una manera que ni te imaginas,
todavía siento su cuerpo en mis deditos. No pude capturar su olor, pero puedo
inventárselo ahora mismo, yo soy capaz de inventar lo que tú quieras.
Te disparé pero no recuerdo
bien tu cara; es una pena porque me hubiera encantado ver eso. Sería genial poder dejar escrito un documento de cómo te veías
muriéndote por mi disparo frío. En estos momentos puede estar ocurriendo que te
enfades de leerme y que pienses que soy una loca cualquiera, pero espera,
todavía no terminé. Dame tregua, dame permiso, déjame seguir. Debo decirte que
eres un ser indestructible, como de película de acción: no te morías. Te
arrastrabas y eres valiente, nunca me pediste que te perdonara la vida; eso
estuvo muy mal porque yo quería que por primera vez alguien me rogara de
rodillas. Y sin embargo te reías y no parabas de reírte, todavía parece que te
escucho. En el sueño pensé, me acuerdo, que si te levantaba y te arrojaba lejos
como se arroja una piedrita, podía deshacerme de ti, pero no pude. Aunque eres
demasiado flaco (muy flaquito, deberías comer más) no pude levantarte, pudiste
con mis fuerzas.
Juan Francisco, espero que
cuando leas esto te amigues conmigo y no me odies. Soy la que se sienta atrás
de ti en la clase de gramática. Siempre llegas excesivamente tarde y la
profesora te recibe con una sonrisa igual. No es que me moleste que ella te
sonría a ti y al resto no, sino que no puedo entender cómo siento tú tan
insignificante eres capaz de despertarle una sonrisa a alguien. No entiendo. La
profesora siempre te da la palabra en clases y a veces terminan hablando sòlo
tú y ella. Ella tiene un diente chueco y dice que no sabe nada de literatura
que por eso optó por la gramática; lo dice riéndose como si fuera una gracia y
lo peor de todo es que te hiciste amigo de ella. Lo sé y entiendo que las
personas insignificantes se juntan todas en un solo costal. Apuesto a que has
escuchado ese dicho que dice: dios los hace y ellos se amontonan. Sí, ahí está
dios fabricando a gente como tú y como la profesora de gramática que nada tiene
que ver con la literatura, lo dijo ella, no lo digo yo. El otro día dejaste un
ticket de supermercado tirado en el piso y perdón, debo confesar con toda la
pena que fui corriendo a recogerlo. No pude soportar la intriga, yo quería
saber qué cosas compraba un ser despreciable como tú. Según mis conclusiones
tus compras se limitan a paquetes de galletas de varios sabores, una bebida
horrible que da energía y comida para gatos. Me pregunto cómo se llamara tu
gatito y si lo habrás educado para que haga caca en la arena blanca artificial.
Si mi sueño se hace realidad y de verdad te mato, te prometo que no dejaré
desamparado a tu mugroso gato, veré si se lo regalo a alguien, conmigo no
cuentes.
Pobre Juan Francisco, qué
lástima que no pude concluir mi sueño, me despertaste con tu risa, si te vuelvo
a soñar no tendré ningún tipo de piedad. No te odio, para nada, lo que pasa es
que sigo medio enojada porque el otro día te saludé de lejos y tú te hiciste el
que no me viste. En el fondo sabes quién soy yo pero te encanta ignorarme. Si
quieres que te perdone sólo necesitas decirme hola, no me mates por favor, te lo suplico. Espero que lo hagas,
espero que te quieras salvar, pero francamente lo veo complicado si sigues
ignorándome. Si cambias de opinión, búscame, quizá sea este el inicio de un
romance contundente (qué poca imaginación me salió con eso del romance contundente), perdòname, no
puedo pensar en otra cosa que este momento en el que me lees. No soy tan fría,
ahora mismo tiemblo mientras bajo las escaleras y pienso que ojalá no lo tomes
muy a mal, que sea un golpe de suerte y te sientas halagado. A mí me gustaría
que un chico soñara conmigo furtivamente y a ti también –espero- te está
gustando. Me alejo, todavía es temprano para ir a soñar, me gustó mucho mi
revólver.