Nunca sé cuándo la gente miente y
cuándo no. La pregunta es si tiene sentido saberlo. Busco imágenes que me
gusten todos los días, como mirar el vapor que se forma en la pileta cuando
estoy lavando los platos. A veces no me molesta quemarme. Lo mismo en la ducha,
miro el agua caer desde abajo del chorro, entrecerrando los ojos. Nunca logro
no cerrarlos del todo. Algo se acerca y ya dejo de mirarlo, infantil, esperando
que pase. En la ducha es constante la pregunta por lo verdadero. La ropa
secándose al sol también produce vapor. Es aún mejor porque puedo ver la
humedad irse y me pregunto adónde.
Buenos Aires es una ciudad llena
de cables. Esa es otra cosa que hace que sea tan divertido mirar por mi ventana
de edificio alto. En las fachadas tal vez no tanto, pero los patios interiores
de los edificios o sus lados están constantemente atravesados por cables
negros, gordos. Antenas. Cada departamento tiene al menos tres, deduje. El de
la electricidad, que viene por adentro, el del cable e Internet, que puede ser
uno sólo o estar desdoblado, y el del teléfono. Me pregunto yo, con toda la
tecnología que hay, el teléfono y el Internet ¿no podrían ser inalámbricos? Ese
es otro de los temas que hablo con Guille. Guille dibuja casas y edificios y
hasta dibujos de ciudades enteras si está inspirado. Nunca hay cables, nunca
hay tanques de agua ni espacio para basura. Guille tiene 6 años y es con quien
más me gusta hablar. Cada vez que dibuja, le hablo, le pregunto qué está
dibujando y encuentro siempre cosas que no sé. Emi también dibuja. Más bien,
pinta. Hace arte abstracto y hermoso. Lo amo con todo mi ser, pero a veces no está de
buen humor para escucharlo. Por eso los miro, busco imágenes que hagan más
extáticas mis experiencias. Pensé que esa palabra no existía todas las veces
que me la dijeron. Hay muchos poetas que no conozco. Me pregunto, siempre, para
qué pensar en la verdad de las cosas. Es como si yo dijera que me gusta un
chico feo. Todo el mundo me preguntaría “¿de verdad?” o algo así, antes de
decirme que está bien, y que entonces no debe ser tan feo. Yo creo que no
entienden. Me gusta un chico feo y no importa si es feo porque no existe tal cosa. Me gusta, lo
importante está en el gustar del sujeto y no en la cualidad del objeto. Qué
pasaría si elimináramos todos los adjetivos del planeta, me pregunto. No habría
entonces tanto lugar a la verdad. Por ejemplo: la casa grande tiene ventanas
luminosas que permiten la entrada de grandes cantidades de luz. La casa tiene
ventanas que permiten la entrada de luz. No sé si es el mejor ejemplo,
seguramente no. Cuando pienso en un poema de Susana Villalba, y eso es casi
todos los días, no puedo dejar de recitarlo mal. Mal es un adverbio. Es parte
de la apropiación, pero si un día me la cruzara, le diría, ey, susy, en este
verso queda mejor sumiso que sumido. Y cosas así. No hay por qué decir verdades.
De todas maneras, seguramente mis palabras le cayeran bien mal.
ey, susi!
ResponderBorrarey, pauli, miércoles!
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