lunes, 4 de agosto de 2014

Lunes de ciudad



Nunca sé cuándo la gente miente y cuándo no. La pregunta es si tiene sentido saberlo. Busco imágenes que me gusten todos los días, como mirar el vapor que se forma en la pileta cuando estoy lavando los platos. A veces no me molesta quemarme. Lo mismo en la ducha, miro el agua caer desde abajo del chorro, entrecerrando los ojos. Nunca logro no cerrarlos del todo. Algo se acerca y ya dejo de mirarlo, infantil, esperando que pase. En la ducha es constante la pregunta por lo verdadero. La ropa secándose al sol también produce vapor. Es aún mejor porque puedo ver la humedad irse y me pregunto adónde.

Buenos Aires es una ciudad llena de cables. Esa es otra cosa que hace que sea tan divertido mirar por mi ventana de edificio alto. En las fachadas tal vez no tanto, pero los patios interiores de los edificios o sus lados están constantemente atravesados por cables negros, gordos. Antenas. Cada departamento tiene al menos tres, deduje. El de la electricidad, que viene por adentro, el del cable e Internet, que puede ser uno sólo o estar desdoblado, y el del teléfono. Me pregunto yo, con toda la tecnología que hay, el teléfono y el Internet ¿no podrían ser inalámbricos? Ese es otro de los temas que hablo con Guille. Guille dibuja casas y edificios y hasta dibujos de ciudades enteras si está inspirado. Nunca hay cables, nunca hay tanques de agua ni espacio para basura. Guille tiene 6 años y es con quien más me gusta hablar. Cada vez que dibuja, le hablo, le pregunto qué está dibujando y encuentro siempre cosas que no sé. Emi también dibuja. Más bien, pinta. Hace arte abstracto y hermoso. Lo amo con todo mi ser, pero a veces no está de buen humor para escucharlo. Por eso los miro, busco imágenes que hagan más extáticas mis experiencias. Pensé que esa palabra no existía todas las veces que me la dijeron. Hay muchos poetas que no conozco. Me pregunto, siempre, para qué pensar en la verdad de las cosas. Es como si yo dijera que me gusta un chico feo. Todo el mundo me preguntaría “¿de verdad?” o algo así, antes de decirme que está bien, y que entonces no debe ser tan feo. Yo creo que no entienden. Me gusta un chico feo y no importa si es feo  porque no existe tal cosa. Me gusta, lo importante está en el gustar del sujeto y no en la cualidad del objeto. Qué pasaría si elimináramos todos los adjetivos del planeta, me pregunto. No habría entonces tanto lugar a la verdad. Por ejemplo: la casa grande tiene ventanas luminosas que permiten la entrada de grandes cantidades de luz. La casa tiene ventanas que permiten la entrada de luz. No sé si es el mejor ejemplo, seguramente no. Cuando pienso en un poema de Susana Villalba, y eso es casi todos los días, no puedo dejar de recitarlo mal. Mal es un adverbio. Es parte de la apropiación, pero si un día me la cruzara, le diría, ey, susy, en este verso queda mejor sumiso que sumido. Y cosas así. No hay por qué decir verdades. De todas maneras, seguramente mis palabras le cayeran bien mal. 


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