martes, 26 de agosto de 2014


Es como si los días pasaran sin tener principio ni fin, sin motivo ni razón. El sol sale, la lluvia cae, la luna sonríe, los árboles se van poniendo rojos, las hojas mueren. Todo al mismo tiempo, y el tiempo no pasa, sin embargo, los meses transcurren y la distancia se hace más grande.

Ni una carta, ni una llamada.

Las flores, su esencia, los jazmines. La esencia de los jazmines, eso me gusta, es la que transporta a otro tiempo, a otro lugar, cuando se estaba cerca de la felicidad, tocándola, seduciéndola, jugando con ella para luego atraparla y no dejarla salir jamás. Para luego atraparla…

El café se enfrió otra vez. Empiezo a disfrutar del café recalentado, tiene un gusto nuevo. No pasaba lo mismo con ella, cada vez que las cosas se enfriaban, el gusto nuevo era siempre más amargo, más distante. A orillas del río se estaba bien; era lejos y no había nadie, solo se escuchaba el sonido del agua deslizándose por las rocas y los pájaros cantando una sinfonía que sólo sonaría una vez, cada vez una sinfonía distinta pero igual. Y el aroma de ella... era más fuerte que todos los aromas del lugar, además del perfume se ponía dos o tres flores que arrancaba cada mañana de la enredadera de la puerta de su casa. Las ponía en el tiro del corpiño, desafiándolas a dejarse caer.

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