miércoles, 30 de julio de 2014

Estaba en Margot, el “café notable” de Boedo. La habitación era antigua o quizás estaba llena de cosas antepasadas que hoy sólo sirven de decoración. Hay retratos de viejos que deben haber muerto hace un par de años ya largos; cuadros y publicaciones de sprite del año del sorete. Esas señoras con peinados elegantes, ya no existen. Ahora, probablemente, aparezca una chica semidesnuda promocionando la gaseosa.

A través del vidrio la misma calle, el mismo empedrado. Paulina cree que a pesar de estar en el hoy que alguna vez fue el ayer en este mismo lugar, hay una desconexión que le impide borrar el incesante segundero. El espejo le llamó la atención y no sabía por qué. Ahora lo mira y ve todo al revés.


Después, mira hacia la ventana pero sólo ve el afuera. El auto que pasea lentamente la extraña. Una suerte de ostranenie.  La carrocería, piensa, es peculiar. Concluye, sin embargo, que de todas maneras no sabía un carajo sobre carrocería.  Lo extraño es el brillo del vehículo y  aunque parecía de otro tiempo, se ve como nuevo. Acaso ostentaba el cero kilómetro. 

Ahí está de vuelta. La mirada sobre el espejo otra vez. Cree percibir, finalmente, un enigma a través de él. Algo curioso, incluso ridículo. Esfuerza cada vez más los ojos. Ahora sí. Nada tenía que decir este espejo de mierda. Todo sigue igual, aunque el reflejo del mismo parece invertido. ¿Se ven al derecho o al revés las cosas? Es como pensar para qué lado gira el agua del inodoro para afanarse que en otros países gira hacia el otro. ¿Izquierda, derecha? Qué importa. Lo groso es que somos distintos. 

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