Estaba en Margot, el “café notable” de Boedo. La habitación era antigua o quizás estaba llena
de cosas antepasadas que hoy sólo sirven de decoración. Hay retratos de
viejos que deben haber muerto hace un par de años ya largos; cuadros y
publicaciones de sprite del año del sorete. Esas señoras con peinados
elegantes, ya no existen. Ahora, probablemente, aparezca una chica semidesnuda
promocionando la gaseosa.
A través del
vidrio la misma calle, el mismo empedrado. Paulina cree que a pesar de estar en
el hoy que alguna vez fue el ayer en este mismo lugar, hay una desconexión
que le impide borrar el incesante segundero. El espejo le llamó la atención y
no sabía por qué. Ahora lo mira y ve todo al revés.
Después, mira hacia la ventana pero sólo ve el afuera. El auto que pasea lentamente la extraña. Una suerte de ostranenie. La carrocería, piensa, es peculiar. Concluye, sin embargo, que de todas maneras no sabía un carajo sobre carrocería. Lo extraño es el brillo del vehículo y aunque
parecía de otro tiempo, se ve como nuevo. Acaso ostentaba el cero kilómetro.
Ahí está de vuelta. La mirada sobre el espejo otra vez. Cree percibir,
finalmente, un enigma a través de él. Algo curioso, incluso ridículo. Esfuerza
cada vez más los ojos. Ahora sí. Nada tenía que decir este espejo de mierda.
Todo sigue igual, aunque el reflejo del mismo parece invertido. ¿Se ven al
derecho o al revés las cosas? Es como pensar para qué lado gira el agua del inodoro
para afanarse que en otros países gira hacia el otro. ¿Izquierda, derecha? Qué importa.
Lo groso es que somos distintos.
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